La última velita de Adolfo Echeverría

Por JAVIER FRANCO ALTAMAR

Esa madrugada y frente al asombro de todos, el maestro Adolfo Echeverría se puso en pie como quien va a recibir una bendición, avanzó apenas sostenido en las barandas de su propia osadía, tomó una vela de un paquete, la encendió con la llama de otra que se consumía dentro de un farol, y la ubicó en la fila del sardinel respetando el orden.

Anastasia Arrieta, su esposa, lo escoltó desde el principio. Ella, desatendiendo las desventajas de su propia figura colosal, salió disparada tan pronto adivinó las intenciones de su esposo, y se unió a su incierto desplazamiento. Luego, lo ayudó a dejar la vela encendida en la ubicación precisa, y finalmente lo llevó de regreso a la silla mecedora.

Era una mecedora típica de madera, tejida en junco, donde el maestro se instaló luego de un paso fugaz por una silla plástica. Echeverría era el homenajeado y no había razón para impedirle estar cómodo. El responsable de su presencia allí fue el periodista Juan Carlos Rueda, quien, como fiel admirador, se puso en la tarea de organizarle una recepción alegre, llena de vecinos, frente a la casa natal del gran músico barranquillero, calle 34 con carrera 32, en el barrio San Roque.

Adolfo Echeverría, el maestro, en varias de sus facetas. Archivo particular

Echeverría había llegado en un taxi del cual descendió apoyado del antebrazo de su esposa, y de inmediato se convirtió en el centro de atención. Vestía una sudadera crema de mangas largas y llevaba la cabeza cubierta con un sombrero fedora celeste. A sus 80 años, ya no era el hombre robusto de cara redonda y bigote negro que reinó en la música tropical colombiana entre los años 60 y 80 del siglo pasado. Ahora lucía como hombre delgado, de pasos imprecisos y bigote blanco en salpicadura.

A esa madrugada del 8 de diciembre de 2012, festividad de la Inmaculada Concepción, todavía le faltaba un tramo espeso para convertirse en mañana, y el ambiente no podía ser más apropiado: fuegos artificiales, música a chorros desde las puertas abiertas, y el maestro Adolfo Echeverría recibiendo el saludo de nietos y bisnietos de quienes habían sido sus vecinos.

Por momentos, ayudado por su mujer, Echeverría se levantaba y hasta daba unos pasitos de baile con una vela encendida en la mano. Tocaba hacer algo para una cámara de televisión que acompañó el acontecimiento. Y después vino un momento muy conmovedor, cuando el también músico -hoy exrey Momo del Carnaval- Juventino Ojito, se apareció con un clarinete y, acompañado de su esposa al canto, interpretó el famoso tema ‘Las cuatro fiestas’ de autoría del maestro.

Echeverría, uno de los músicos más prolíficos del país. Foto Guillo González/Kronos

Luego de la ejecución, que avanzó con un fondo de aplausos rítmicos de la concurrencia, Echeverría volvió a levantarse de la mecedora.  Esta vez, el abrazo cariñoso de Ojito lo mantuvo en pie por varios minutos. Estaba sonreído y feliz. Por momentos, parecía como si hubiese recuperado la firmeza y resolución con la que había logrado imponer, medio siglo atrás, ese tema en el que nadie creía.

Juan, el hilo conductor

Echeverría compuso ‘Las cuatro fiestas’ en 1961 y la grabó en 1965.  Dos años después, ya todo barranquillero que se respetara la bailaba y cantaba a todo volumen en diciembre. Si hubiese sido por Echeverría, no tendríamos hoy esa sola canción, sino cuatro: una para cada uno de los meses más festivos del año en Barranquilla. Es decir, noviembre, diciembre, enero y febrero. Pero después decidió que era una apuesta muy costosa y resolvió tomar un fragmento de cada pieza original para construir la que hoy todos conocemos.

Algunas tiendas como Discolandia conservan la esencia musical. Foto Guillo González/Kronos

El recurso para conservar la coherencia del relato y evitar tumbos en la letra, fue la inclusión de un tal “Juan”. Por obra y gracia del cincel musical de Echeverría, el hoy reconocido Juan apareció primero como integrante de un racimo de pescadores negros. Luego, lo vemos presuroso incorporándose al desorden en el que fue recibido con un trago de licor. Más adelante, ya le ha tocado ponerse a bailar cumbia. El contexto previo del relato tiene como marco al río Magdalena y sus caños alcahuetes:

…»Por la ribera se ven arbustos y cocoteros (bis), Y los negros pescadores en canoas, vienen ya, como lanza van hundiendo sobre el lodo, su cañal».

La descripción costumbrista de Echeverría nos remite a bellos parajes costeños. Foto Guillo González/Kronos

Y desde esa perspectiva, se ve la ciudad en panorámica, la propia entrada al Paraíso, según lo recuerda la instancia narradora. Suponemos que le vino a la mente el capítulo 2 del libro del Génesis, que más gráfico no puede ser: “Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos” …

…Las noches iluminadas me recuerdan el Edén, por todas partes prendidas estrellitas ya se ven. coro: rema, rema… rema ligero Juan, remá, rema que vas llegando ya (bis)

Apenas llega Juan, es cuestión de abrirle camino para que desarrolle, sin obstáculos, su oficio de eslabón entre los momentos fiesteros de la letra. Se comienza con la fiesta de la Inmaculada Concepción, la del 8 de diciembre. En este momento, la instancia narradora expresa su deseo de beber motivada por el ambiente, y le ofrece un trago al remero Juan. Es un ofrecimiento incorporado como fundamental para que él se anime a bailar, porque le va a tocar en la estrofa siguiente:

…Qué linda la fiesta es en un 8 de diciembre (bis). Al sonar del triquitraqui qué sabroso amanecer, con ese ambiente prendido me dan ganas de beber. La Pascua que se avecina anuncia la Navidad, un año nuevo se espera que dan ganas de tomar.

Coro: tomá, toma, tomate el trago, Juan, toma, toma, pa’ que puedas bailar (bis)

La fiesta de la Inmaculada se destaca en el tema musical. Foto Oscar Berrocal/Kronos

Ahora sí, queda listo Juan para el Carnaval.

En Barranquilla es natural asumir que tan pronto concluye diciembre, la puerta al Carnaval se abre a todo lo ancho de la ciudad. No importa en qué lugar del calendario aparezcan los cuatro días centrales del jolgorio. Ya sabemos que esa fiesta se mueve con los antojos de la Luna, pues se establece a partir de su primera manifestación en fase llena, lo cual, a su vez, da la pauta para el calendario oficial de la Iglesia Católica. La letra da unas pocas, pero certeras, pinceladas de lo propio de esos cuatros días: disfraces, caretas y manifestaciones folclóricas y musicales. Ya llegó el Carnaval y Juan es invitado a bailar cumbia, ritmo raizal y distintivo de las fiestas:

Si, Juan baila y disfruta de la cumbia en pleno Carnaval. Foto Oscar Berrocal/Kronos

…Pero tan sabrosas son las fiestas de carnavales (bis). Con caretas y disfraces, las comparsas vienen ya; ese golpe de tambora a la cumbia invita más; Con la Batalla de Flores el desorden se formó, las carrozas y las reinas alegran el corazón. Baila, baila, baila la cumbia Juan, baila, baila, que llegó el Carnaval (bis)

Tales eran los versos que llevaba Echeverría en un papel la noche en que se los presentó a Ángel Monsalvo, líder del ‘Cuarteto del Mónaco’, una agrupación musical conocida así porque amenizaba las noches en la heladería Mónaco, que funcionaba en la carrera 54 con calle 72 de Barranquilla. Quizás con un temblor de voz, pero vestido de valiente, Echeverría le hizo la propuesta formal a Monsalvo de producir un disco de larga duración. Para apoyarlo, contaba con el dinero de una liquidación por haber trabajado en un almacén de ropa.

‘Tico’ Salsa, en el centro de Barranquilla muestra orgulloso esta reliquia. Foto Guillo González/Kronos

Monsalvo aceptó y Echeverría se puso al frente de los arreglos. En esa producción, hay otros cuatro temas del maestro: la cumbia ‘El cangrejo’, una charanga titulada ‘La cucaracha’, el bolero ‘Psicosis’, y la guaracha ‘Nubia’. Salvo el bolero, que lleva la voz del invitado especial Pedro Juan Meléndez, los otros corrieron por cuenta de Elías Paz, vocalista líder de la agrupación.

Pero para ‘Las cuatro fiestas’, Monsalvo sugirió dos cosas: primero, grabarla en ritmo de maestranza, no en cumbia como la había concebido Echeverría. Monsalvo estaba familiarizado con la maestranza porque era tradicional en las procesiones católicas de Campo de la Cruz, pueblo ubicado en el extremo sur del Atlántico y donde él había pasado su niñez. De hecho, los pueblos circundantes al Canal del Dique, entre ellos Campo de la Cruz, siempre han estado expuestos a este ritmo que tiene lazos de sangre con el fandango de los Montes de María.

La segunda sugerencia fue meterle una voz femenina, más acorde con el tono de la canción. Se le vino a la cabeza una morena delgadita que él invitaba ocasionalmente a cantar boleros en el grupo y que había conocido en un concurso de canto promovido en la popular emisora ‘Voz de la Patria’. Se hacía llamar Nury Borras (su nombre real era Vicenta), y se estaba haciendo a una llamativa carrera como intérprete de jingles publicitarios. Uno que aún se recuerda es del detergente Top:

Con Top, el detergente, su ropa dura más. Si con Top lava, su ropa no acaba.

Maravilloso para el hogar, Top para la ropa, y Top para limpiar

Nury Borrás inmortalizó con su voz el tema ‘Las Cuatro fiestas’. Archivo particular

No muy complacido por lo del ritmo, pero sin poner objeciones a la voz femenina, Echeverría aceptó. En el trabajo de larga duración, Borrás también cantó el porro ‘Mi cantar’ del propio Monsalvo, y quedó listo el trabajo. Lo grabaron, primero, en unos estudios sin inaugurar de la calle 82 con la Carrera 43 en casa del ex oficial naval William Molina, reconocido en la historia musical de Barranquilla como ‘El capitán Molina’

El tema con Nury Borrás es una joya que poco se encuentra en acetato. Foto Guillo González/Kronos

Y después viene una historia que echa para un lado y para el otro según quien la recuerde. La coincidencia entre todas es que resultó muy complicado para Echeverría lograr que una disquera se hiciera cargo de la producción en masa. Tan solo encontró eco en Discos Victoria de Medellín, donde recibió, como pago, cien copias grabadas en 78 revoluciones por minuto.

La iconografía costeña retratada por la música de Echeverría. Foto Guillo González/Kronos

Al final de cuentas, la canción caló y se metió en la historia musical de la ciudad, de la Costa y del país. Y luego vino la catapulta del 2006 cuando el cantautor vallenato Diomedes Díaz la grabó en un ritmo alegre y con acordeón. Esta es la versión que las nuevas generaciones identifican más. Eso, sin embargo, no ha significado el desplazamiento de la original, pues siempre -así remita a cuatro fiestas-, se escucha con mucha fuerza desde cuando comienza noviembre y es tenida como himno de las fiestas de la Inmaculada Concepción.

Y como es apenas lógico y natural, el nombre de su autor vuelve a aparecer en la agenda informativa nacional para estas épocas. Es uno de los grandes de la música colombiana. También se aprovecha para lamentar su partida, porque el maestro Adolfo Echeverría tuvo la ocurrencia de morirse el 20 de diciembre de 2018, cuando la canción apenas iba para su segunda fiesta.