Los roedores llaman la atención de los visitantes y funcionarios del lugar
Por Guillo González/KRONOS
Cuando tenía un mes de nacido una pequeña ardilla cayó de su nido en lo alto de un árbol de tamarindo, en el centro de la Plaza de la Paz, uno de los sitios al aire libre más concurridos de Barranquilla. Una de las funcionarias, encargadas de la limpieza del lugar se dio cuenta del infortunado suceso, recogió al maltratado roedor, incapaz de volver al lado de su familia y decidió llevarla a casa para alimentarla y protegerla hasta que pudiera valerse por si sola.
En ese proceso estuvo cerca de 6 meses, hasta que, con la energía y la intensidad que caracteriza a las ardillas, Alvin, como fue bautizada en su nueva morada, en honor a un reconocido personaje animado, fue regresada a su lugar natal. Pero durante ese lapso, Alvin convivió con la familia de la mujer que la acogió, comiendo y jugando con sus hijos, incluso dañando muchas cosas en el seno de ese hogar adoptivo, debido a su curiosidad. Fue este el motivo por el cual, Alvin volvió a la Plaza de la Paz.
La historia la cuenta Gerardo Pineda, un paisa vendedor de tinto y agua que todos los días, puntualmente, en la mañana y en la tarde llega al lugar para alimentar, no solo a Alvin, sino también a sus hermanas, primas y otros familiares de la peculiar ardilla.
Oriundo de Marinilla, Antioquia, ‘Gerardo Tinto’ como es conocido en gran parte de la ciudad, llegó a ‘La Arenosa’ en el año dos mil, después de haber sido retirado junto con otras personas de una colchonería en quiebra en su tierra natal. “Tengo 59 años, me faltan solo 3 para pensionarme y mientras ese proceso sale, yo he vivido todo este tiempo de vender tinto y otras cosas en las calles de esta acogedora ciudad, con eso pago mi pensión y mi alimentación, y me queda para traerle comida no solo a Alvin y a su tropa, sino a palomas, iguanas y algunos pájaros que viven en los alrededores de la Plaza”, comenta Gerardo con orgullo.
Gerardo se toma todo con calma, empuja lentamente su carrito de supermercado cargado con termos de tinto, una neverita de icopor con bebidas, bolsas de panes, mantequilla y algunos elementos para servir y vender, rumbo a una de las sillas de madera del redondel principal de la Plaza y saca su almuerzo, por lo general, comprado en uno de los puestos callejeros del centro de la ciudad.
Alvin y sus amigos aparecen
EL olor a comida los atrae y empiezan a bajar de los árboles, con algo de timidez al principio, pero después con confianza y hasta atrevimiento. Alvin es el primero en salir, se asoma desde lo alto de uno de los frondosos árboles de granadillo, acercándose con movimientos calculados, hasta que Gerardo lo llama por su nombre y éste, baja hasta el nivel de su banca. El vendedor extiende hacía Alvin uno de los panes que ha apartado para alimentarlos y la ardilla arranca algunos pedazos que come cerca de su benefactor y luego sube de regreso al árbol para guardarlos en su guarida.
Cuando Alvin desaparece llegan otras ardillas a las cuales Gerardo atiende con igual dedicación, repartiendo mendrugos de pan a los que se acercan y de paso arroja cucharadas de arroz para las palomas que bajan en bandada a recibirlos.
“hoy solo traje pan y arroz, porque no me alcanzó para más, pero muchas veces también les traigo, almendras, mango, corozo o incluso leche para mojarles los panes” advierte Gerardo, mientras se mueve hacía uno de los comederos instalados en los árboles de roble en otro de los sitios de la plaza. “Estos comederos se los hizo un señor que viene casi todos los días, también a alimentar a los animalitos, yo hablo con el y tenemos eso en común, nos gusta la naturaleza y cuidar de la fauna, incluso a veces nos toca pelear con los perros callejeros para que no ataquen a las iguanas, que no tienen como defenderse”.
Ramón, un barranquillero leal a los animales
Las bandejas de madera que sirven de comedero, a las que se refiere el veterano vendedor, los elaboró e instaló Ramón Leal, un pensionado de la extinta empresa Triplex Pizano, donde laboró por 32 años como operario.
Ramón, es un barranquillero de 67 años, de rostro relajado surcado por algunas arrugas, corpulento y de voz suave que se traslada desde su casa en el barrio Ciudadela 20 de Julio en el suroccidente de la ciudad, tres veces por semana hasta la Plaza, con al fin de distraerse y pasar tiempo en un ambiente natural.
Hace cerca de un año empezó a notar que una de las ardillas se acercaba donde él estaba comiendo cosas que compraba mientras se relajaba, pensó que lo hacían para que les diera de lo que ingería y probó ofreciéndoles, a lo que con sorpresa notó que respondían tomando pequeños trozos y subiendo de inmediato a lo alto de los árboles, repitiendo el proceso varias veces.
Se le ocurrió hacerles un comedero para dejarles comida, lo armó en su casa y lo trajo listo para instalarlo, con el beneplácito de los guardas y los operarios de limpieza del lugar. Así empezó a traerles diferentes alimentos, como pan, almendras, corozo cocido que quedaba del jugo que preparaban en su hogar y otras semillas, que sabe le gustan a roedores y aves.
“Para mí es una terapia venir a la Plaza del Paz, es un lugar hermoso, lleno de árboles y muchos animales, yo me distraigo mucho aquí, se me pasa el tiempo y me sirve mucho para mi salud”, manifiesta Ramón, al tiempo que saca de su mochila una bolsa con semillas de corozo.
“pero alimentar a las ardillas es de verdad algo que me llena y me regocija, se siente bien hacer algo por esos animalitos, que, aunque no lo crean, son agradecidos, pese a su timidez y su prevención con los humanos, eso es algo que no tiene precio”, remata satisfecho llenando el comedero y haciendo un ruido con su boca para llamar a las ardillas, que esperan expectantes a que termine para bajar y comer.
Ejemplo de amor por la naturaleza en un espacio ideal
La acción de estos dos hombres es replicada por varias personas, entre ellos, algunos de los vigilantes de la Plaza, funcionarios que se encargan de limpiar las zonas de recreación y los jardines y algunas otras personas que llegan con el fin de pasar un rato con el travieso Alvin y su familia de ardillas, alimentarlos y asombrarse de que interactúen con ellos.
La Plaza de la Paz Juan Pablo II es uno de los lugares de convivencia natural más representativos de la ciudad. Fue construida en 1986 con el fin de albergar a la multitud que el 7 de julio recibió al Papa que le dio su nombre, en su visita de dos horas a Barranquilla, en el marco de su peregrinación apostólica a Colombia. En la actualidad tiene un área de 17 398 m², para un total de 33 200 m², después de su remodelación y ampliación en 2015.
Alberga numerosas especies de árboles, desde robles morados o amarillos, acacias de varios colores, mangos, almendras, tamarindo, trupillo, granadillo, ceibas, palmeras, entre otros, al igual que diferentes tipos de aves como palomas, azulejos, María Mulatas, carpinteros y pechiamarillos que siempre están atentos a cualquier migaja que dejan las ardillas o las iguanas para atraparlas y que conviven con iguanas, caporos y ardillas
Pero lo más interesante de este icónico lugar es la inusual situación que se ha desarrollado entre humanos y animales, cohabitando sin temores y disfrutando de un espacio creado para el disfrute de la naturaleza y de los cuales quedan cada vez menos, no solo en la ciudad, sino en el país.