Un homenaje al fallecido fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, a su obra y su historia
Por Guillo González/Kronos
Hablar de Sebastiao Salgado es hablar de la importancia de la imagen en la vida moderna, del impacto de la fotografía en nuestra sociedad, es recordar que la misión de un fotógrafo consciente de su objetivo es descubrir, mostrar, evidenciar y conmover, hacer que las personas reflexionen sobre la realidad que los envuelve, aunque no los toque directamente.

Salgado falleció hace pocos días, pero su legado será atesorado por los amantes del documentalismo, de la reportería gráfica y de la fotografía pura. En una reciente entrevista con la prensa internacional en Londres, el artista afirmó que solo le quedaba morir, tras anunciar su retiro del trabajo de campo en 2024. «Ahora solo me queda morir. He tenido 50 años de carrera y tengo 80. Estoy más cerca de la muerte que de cualquier otra cosa. Una persona vive 90 años como máximo. Así que no estoy lejos».

La fuerza del blanco y negro, un toque de arte en la reportería de Salgado y el primer encuentro
Descubrí a Salgado en el silencioso ambiente de una biblioteca, impactado por un libro editado totalmente en blanco y negro, con imágenes poderosas que no podía dejar de ver y analizar, una y otra vez. Al verlas, me parecía increíble que pudiera haber bajado más de 50 metros en un aterrador socavón hecho por los hombres para sacar oro en Sierra Pelada, Brasil; el subía y bajaba con los mineros, asumiendo que el riesgo de morir por una caída podría ser el precio a pagar por documentar lo que presenciaba.

Las fotografías captadas usando lentes angulares, con una impecable exposición, difícil de conseguir en las condiciones de luz en que le tocaba trabajar, no solo mostraban la majestuosidad del espacio donde se movían diariamente más de 50 mil personas, sino, también la dura huella que dejaba la esclavizante labor de los mineros y las condiciones en que se desenvolvían, los retratos eran una obra maestra.

“Cuando llegué al borde de ese inmenso agujero, se me erizaron todos los vellos del cuerpo, no podía creerlo, nunca había visto algo parecido, allí vi pasar ante mí, en una fracción de segundos la historia de la humanidad”, narra Sebastiao en uno de sus documentales.
Ese día recibí una clase de fotoreportería y de documentalismo, en unas cuantas páginas, un tesoro invaluable para alguien que empezaba apenas a caminar por el mundo del periodismo gráfico.

Un aventurero dedicado a ver, conocer, documentar y contar
A medida que descubría más de su trabajo, aprendí a fijarme en los detalles, quería imitarlo, hacer fotos que trascendieran, desde entonces quedé prendado de su fascinación por las miradas, y también de su historia, una fuente de inspiración para los que queremos dejar algo para el futuro, pero también para los que buscan retratar el presente y la realidad que nos golpea.

Sebastiao Salgado debe estar seguramente entre los más grandes fotógrafos del siglo XX, sus viajes por todo el mundo están compilados en varios libros, fruto de una metodología y una investigación acuciosa y una determinación por ‘ir’, por ‘estar’, por ser ‘testigo de’, impulsada por su esposa Leila, quien le ayudaba a organizar sus fotografías, hacer contactos con revistas y agencias y organizar y editar sus libros, mientras criaba a sus hijos, durante sus prolongadas ausencias.

‘Tiao,’ como siempre lo llamó su padre, era el único varón entre 8 hijos, se fue de casa a los 15 años, dejando la inmensa hacienda de su familia, donde vivía rodeado de naturaleza, en una de las más grandes despensas mineras del mundo, al lado del río Dulce.
Llegó a Vitoria a estudiar economía, conocimientos que le sirvieron mucho para entender acerca de las dinámicas de las sociedades por donde se movió. Su padre y también su hijo coinciden en describirlo como un espíritu inquieto, inconforme y en constante descubrimiento.

Su cámara, su arma; sus fotos y sus libros, su legado
En 1973 viviendo en París con su esposa, empezó a hacer fotografías con una cámara que ella había comprado para ilustrar sus trabajos. Salgado se enamoró de la creación de imágenes, así que decidió viajar a Níger, en donde, según él, encontró su verdadera vocación.
Al regresar, junto a Leila, concibieron su primer gran proyecto al que bautizaron Las Otras Américas, un trabajo que lo llevaría a viajar por toda Suramérica conviviendo por años con comunidades alejadas de los grandes centros urbanos y mostrando su esencia a través de sus fotografías.

“Cuando sacas una foto de alguien, esa persona te ofrece parte de su vida”, manifestó Salgado en cierta ocasión, refiriéndose a su obsesión por los retratos.
En la obra del brasilero se aprecia una inmensa preocupación por el encuadre, el contexto, y el entorno, trabajando los fondos en armonía con los personajes, algo en lo que adquirió una maestría sinigual.

“Somos un animal, un animal terrible, los humanos, nuestra violencia es extrema: Sebastiao Salgado”
Entre 1984 y 1988, Salgado empezó a viajar con la organización Médicos sin fronteras, lo que le permitiría recorrer territorios devastados por guerras, hambrunas y desastres naturales, con consecuencias inimaginables que quiso mostrar al mundo.

Estuvo en Egipto, en Etiopía, recorrió el Sahel, en África, en uno de los mayores campos de refugiados de la humanidad. Allí, en medio de extremas condiciones de vida, la obra de Salgado se tornó desgarradora, mostrando en sus fotografías la inconformidad por la injusticia de los hombres, era su manera de protestar, conmoviendo hasta las lágrimas a un público que veía con horror las consecuencias de la crueldad del ser.

Su alma de viajero se turbó. Por eso, al regresar a Brasil, junto a su familia y después de vivir y documentar el horror de la beligerancia y plasmarlo en su libro El Fin del Camino, Salgado y Leila pensaron en un nuevo proyecto, algo diferente, un homenaje a la arqueología de la era industrial. Así nació su tercer volumen de fotografía: Trabajadores, un trabajo con el cual visitó 30 países entre los años 1986 y 1991, volviendo a las comunidades y a retratar oficios y ocupaciones.

Empatía con la condición humana
Sin embargo, y a pesar de su decisión por no regresar, ‘Tiao’ volvió. Si, Salgado se volvió a asomar al abismo de la oscuridad. En 1991 quiso ir a Kuwait, después de ver en las noticias que Sadam Hussein, había ordenado al ejército iraquí, incendiar miles de pozos petroleros, cuando se retiraban, al término de la primera guerra del Golfo Pérsico.

Salgado fue y fotografió, exponiendo su salud y hasta su vida misma, en condiciones que lo llevaron al límite de su resistencia, para mostrar la labor de los cuerpos de bomberos que llegaron a apagar los monstruosos incendios y el infierno en que se había convertido el territorio. El resultado es más que elocuente.

Después de una pausa al lado de su familia, Sebastiao volvió a África, esta vez estuvo en Ruanda, el Congo y de nuevo en Etiopía, entre 1993 y 1999, presenciando y fotografiando los desplazamientos humanos y la hambruna, consecuencia de las guerras que desangraron esos territorios, con genocidios que lo conmovieron y lo marcaron para siempre.

Sobre eso comentó desconsolado: “Todos deberían ver estas imágenes, para ver lo terrible que es nuestra especie, no recuerdo cuantas veces tiré mi cámara al suelo para llorar por lo que veía”. Sus fotos al igual que su tristeza quedaron plasmadas en un nuevo libro: Éxodo

Génesis: su resurgir y el fin de un camino
Con su último trabajo, el ya veterano fotógrafo, se sentía devastado, llegando al punto de cuestionar su propia labor y su misión como testigo de la condición humana. Si embargo, el amor de su familia y su amor por la tierra, fueron a su rescate.

Salgado decidió iniciar un nuevo proyecto, algo que lo convenciera de que no todo estaba perdido, recuperar su propia hacienda. Así creo Instituto Terra, una fundación que se encargó de repoblar las laderas de su granja y las de sus alrededores, arrasadas por una sequía extrema durante muchos años.
Hasta la fecha, han sembrado millones de nuevas plantas y recuperado la tierra, incluso donando al estado gran parte del territorio para convertirlo en parque natural. Ahí, creyó Sebastiao que estuvo se redención, aunque eso fue apenas el inicio del final de su camino.

Con renovadas fuerzas, se embarcó en un nuevo proyecto que buscaba retratar la naturaleza, el medio ambiente, los animales y lo mejor del planeta.
Así viajó de nuevo por 10 años más, recorriendo parajes inhóspitos y alejados como Siberia, Galápagos, la Patagonía y los rincones más apartados del mismo Brasil, entre muchos otros destinos.

Fotografió desde animales inmensos como Ballenas o milenarios como las legendarias tortugas de una rocosa isla, hasta una tribu que solo había sido vista por Jesuitas en los años 40, en el estado de Pará, descubriendo sorprendido que aún en el mundo había sitios que se mantenían como en el principio de los tiempos.

Genésis fue su último viaje, con el cerró un ciclo de vida, como el mismo lo pronosticó cuando hablo de la muerte, un aporte a la tierra, a la selva que lo acogió desde antes de nacer: “Quiero que mi historia y mi trabajo se recuerden como una carta de amor al planeta” …así será maestro, gracias y buen viaje.
